Si no tienes la amígdala dejas de tener miedo
La amígdala es una región de nuestro cerebro que, entre otras cosas, sirve para activar la lucha o la huida cuando un peligro nos sale al paso. La sensación de miedo es producida por la amígdala.
Sin duda, la amígdala fue muy útil para que nuestros antepasados sobrevivieran a los diferentes peligros. Sin embargo, la amígdala no se activa frente a riesgos que no entiende, o riesgos invisibles, como la polución del aire.
El problema es que los riesgos actuales se parecen muy poco a los riesgos para los que la amígdala fue adaptada. Por ese motivo se tiene más miedo a una serpiente que provoca una o dos muertes al año que a la contaminación ambiental que causa en España 31.600 muerte prematuras.
Nuestro sistema de detección de peligros es como un centinela que está diseñado para no pagarse hasta que el peligro potencial haya desaparecido por completo. Pero los riesgos probabilísticos nunca desaparecen.
Ya sean atentados, desastres naturales, asesinatos…el riesgo cero no existe. Cuando llegamos tarde al trabajo y sobrepasamos la velocidad máxima permitida en carretera, estamos aceptando implícitamente que el riesgo de morir en un accidente es asumible si a cambio podemos llegar a tiempo.
Pero ni los ataques terroristas, ni los homicidios, ni los desastres naturales sumados todos, llegan al 1% de las causas de muerte. El 28,3% de las defunciones en 2018 fueron causadas por enfermedades del sistema circulatorio (primera causa de muerte en mujeres) y el 26,4% por tumores (primera causa en hombres). Entre los menores de un año, 8 de cada 10 defunciones se debieron a afecciones perinatales y a malformaciones congénitas (57,9% y 22,0%, respectivamente). El suicidio se mantuvo como la primera causa de muerte externa, con 3.539 fallecimientos. Por detrás se situaron las caídas accidentales (con 3.143 muertes y un aumento del 2,8%) y el ahogamiento, sumersión y sofocación (con 3.090 y un descenso del 0,8%). Por accidente de tráfico fallecieron 1.896 personas, lo que supuso un 2,4% menos que en 2017.
Esos son los datos lejos de las distorsiones de nuestra amígdala. Lo único que nos queda es hacer pedagogía y exigir mayor rigor en la información.
Fuente: xataka.com
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